Hemos celebrado el pasado domingo el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual. Ocasión perfecta para reivindicar, en esta Ciudad Abierta, al cine como una de las más poderosas herramientas en la creación y recreación de los imaginarios urbanos contemporáneos. El cine y la ciudad están íntimamente conectados. Su estrecha vinculación se remonta a los mismos orígenes del séptimo arte. Desde su inicio el cine ha comprendido a la ciudad, la ha figurado y configurado, representado, reflexionado, percibido, fantaseado, ideado . Jean-Luc Godard, uno de los grandes referentes del séptimo arte y representante de lo mejor de la nouvelle vague lo expresaba de forma reveladora: el cine es una forma que piensa y un pensamiento que forma. Y así es, también, la ciudad. Piensa y hace pensar, genera imaginarios colectivos, inventa simbologías e iconos, construye identidad y vínculo, le da forma y vida a sus calles y corporeidad a los sentidos, incluso a los sentimientos, del ciudadano que la vive. El cine recoge, aúna y magnifica sus virtudes y contextualiza y destaca sus defectos. El cine nace celebrando la ciudad. Su primer acto mostrado al público, la primera representación de su arte es una escena urbana en la que se puede observar la salida de los obreros de una fábrica de Lyon. La ciudad se muestra como es, el cine la captura y la dirige al que será su público de ahí en adelante, los ciudadanos, que se convierten, con la ciudad, en su objeto y su objetivo. A partir de esa escena y de su abrumador éxito, los hermanos Lumière envían operadores a las grandes ciudades del mundo, rodando su cotidianeidad y presentando su cinematógrafo. Así, se convierte el cine en entretenimiento y en forma de conocimiento y se transforma, siguiendo a Godard de nuevo, no solo en un espejo, también en un martillo, que quizás no pueda cambiar a la ciudad en aquel su génesis como arte, pero sí, definitivamente, la forma en que la vemos. La imagen fílmica consigue que el ciudadano tenga, no solo la vista, sino la visita de su ciudad. El paisaje urbano se convierte en un recorrido por sus calles, por sus plazas, por sus ciudadanos. El espectador se convierte en explorador. La sublimación del fláneur de Baudelaire , convirtiendo al ciudadano en caminante en su ciudad, viendo y descubriendo sus rincones y conociendo a los personajes que la habitan. Esta relación inicial se va volviendo más compleja y surge la distinción entre la representación de la ciudad y su manipulación. Cineastas, sociólogos, filósofos, escritores, poetas, arquitectos, urbanistas, ingenieros, estudiarán al cine y a la ciudad como objeto privilegiado de reflexión sobre la urbe y sus múltiples facetas. Será el cine el arte que imponga, de manera más clara y evidente, ya desde su inicio, la esencial transversalidad en la comprensión y conformación última de la ciudad. Y ello porque el séptimo arte, pilar del entretenimiento, pero también del conocimiento, de nuestra sociedad desde hace más de cien años, actúa como crisol donde cabe fundir pintura, escultura, arquitectura, música, danza y literatura, las seis disciplinas que ordinalmente le preceden. Durante el siglo XIX el cine interviene como protagonista destacado y como testigo de las transformaciones urbanas , explorando la geografía de la ciudad, creando y recreando sus espacios y sus tiempos, empleando su específico modo de estudiar la ciudad como herramienta para que profesionales de todos los ámbitos avancen en el análisis de su configuración. Las técnicas evolucionan durante el siglo XX. El genial cineasta italiano Pier Paolo Pasolini describe entonces la ciudad filmada como espacio en permanente evolución, en el que la suma de las distintas capas superpuestas configura la ciudad actual, desentrañando desde su relato fílmico la esencia conformadora de la ciudad. Ya en nuestro siglo continúan surgiendo nuevos conceptos, como el introducido por el arquitecto François Penz, quien muestra la «geografía creativa» como un nuevo instrumento que el cine ofrece para trascender los límites espaciales de la ciudad, a través de la manipulación de los espacios urbanos que permite la técnica del montaje. La tecnología digital y la inteligencia artificial irrumpen con extraordinaria potencia transformadora haciendo difícil la distinción entre realidad y ficción, entendida aquí como mentira y propuesta. La computer generated imagery (CGI) hace posible filmar la Roma de los gladiadores y la Roma del siglo XXII sin que apenas pueda el espectador identificar aquella mentira. Baudelaire seguro se deleitaría recorriendo las calles de Pompeya antes del cataclismo. Combinando todo ello, arquitectos y urbanistas pueden utilizar todo el enorme potencial de la nueva tecnología fílmica para fundamentar sus análisis, alimentar sus prospecciones, recrear sus propuestas e invenciones. El cine ya ha hecho el recorrido. Desde aquella ciudad moderna de los Lumière, como testigo de la industrialización que revolucionó el mundo, a la postmetrópolis, imaginando ciudades imposibles como la de Blade Runner, pero también las ciudades del futuro que sí son posibles, con la introducción de la inteligencia artificial. Vuelvo aquí a llevar al lector a nuestro punto de partida, a nuestro patrimonio audiovisual, que celebramos estos días. Sugiero encarecidamente la visita al archivo de radio televisión española, recipiente de un magnífico repertorio de imágenes sobre nuestras ciudades. Desde luego, cualquier urbanista debe explorarlo sin excusa, como esencial instrumento en la consolidación de su área de conocimiento. Y vuelvo al cine y a mi ciudad, Madrid, como referente en el análisis y explicación de la evolución de las ciudades españolas desde el punto de vista fílmico y, en consecuencia, social, geográfico, económico y político. Madrid, como ciudad histórica, siempre ha sido escenario de grandes películas que han enriquecido nuestro patrimonio audiovisual, dispersando su imagen por el mundo. Más allá de los grandes escenarios construidos durante el siglo XX por las más importantes productoras internacionales, sobre todo, claro, norteamericanas y más acá de la imagen fílmica que puedan ofrecer las nuevas tecnologías que apuntaba, Madrid siempre ha sido para el cine un escenario en sí misma. La ciudad ha sido protagonista directa de un buen número de películas, sin necesidad de recurrir a las costosas recreaciones hollywoodienses, incluso aun cuando estas recurrieron a generar un Madrid artificial en algunas de sus producciones, situando por ejemplo a Marlene Dietrich o a Gary Cooper en las calles de Madrid, aun sin conocerla. Más tarde Gary Cooper quedaría prendado de nuestra ciudad, cuando la visitó para encarnar a uno de los personajes más reconocidos de la literatura universal, Don Quijote. Pero también fue Madrid esencial escenario de la industria del cine, cuando Samuel Bronston se instala en la capital tras la compra de los Estudios Chamartín y crea toda una industria a la americana. De sus instalaciones salen producciones que inundan las salas de todo el mundo. El Cid o La Caída del Imperio Romano, de Anthony Mann; Rey de Reyes o Cincuenta y cinco días en Pekín, de Nicholas Ray; o El fabuloso mundo del Circo, de Henry Hathaway, entre otras. Actores como Charlton Heston, Ava Gardner, Sofía Loren, se convierten en embajadores de la ciudad de Madrid en el mundo. Bronston proclama una y otra vez que los obreros y especialistas españoles son buenos, si no mejores, que los mejores y más expertos de Hollywood. Después de Bronston fueron muchos los que utilizaron las instalaciones y las calles de Madrid como escenario. Ahí Doctor Zhivago, de Basil Dean, realizada íntegramente en España, utilizando para muchas de sus secuencias las calles del barrio madrileño de Canillejas. Bien haríamos en repasar nuestro más cercano pasado y utilizar lo aprendido para recuperar Madrid como escenario e industria del séptimo arte. Aquellas palabras de Bronston no solo eran verdad entonces, también lo serían hoy. Y los escenarios, nuestras calles, mejor dispuestas, nuestros parques y jardines, cada vez más y mejores. Seguro no alberga duda el lector sobre que cualquier producción cinematográfica quisiera tener como escenario nuestro Paisaje de la Luz. El cine, en definitiva, como instrumento esencial para la significación y resignificación de la ciudad. Como herramienta y artefacto para la proyección de sentido urbano, de estrategia urbana. Como elemento y fundamento para la generación de nueva ciudad, utilizando sus técnicas para la puesta en valor de aquella «geografía creativa» de la que habla Penz. Como configurador hasta hoy y en el futuro de nuestro ingente patrimonio audiovisual que se convierte en patrimonio de ciudad y en creador, cocreador y recreador de nuestro imaginario urbano. Disfrútenlo.
El cine y la ciudad
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