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Las cinco grandes crisis de la historia del BCE

La aventura no carecía de riesgos: el 1 de junio de 1998 los europeos acordaron la creación de un banco emisor común y una única moneda sin haber acordado antes una gestión común de la Economía y las Finanzas. Para que alemanes y franceses no discutieran, la dirección se encargó a un holandés, Wim Düisemberg, que en la nochevieja de 2021 a 2022, momentos antes de sacar de un cajero automático los primeros euros en circulación de la historia y con una copa de champán en la mano, resumió su tarea con las siguientes palabras: «se trata, simplemente, de que todos los europeos tengan tanta confianza en el euro como antes los alemanes la tuvieron en el marco». Düisemberg sabía que el BCE había sido diseñado a imagen y semejanza del Bundesbank alemán, como guardián de la estabilidad del euro, y pronto tendría ocasión de acudir a la cita con ese destino. Sería la primera de un rosario de crisis que ha permitido a la institución demostrar que puede con todo, al menos hasta el momento. 1. La crisis de las puntocoms Al mismo tiempo que la UE negociaba el diseño del BCE, emergía internet como una forma de hacer grandes negocios. Entre 1997 y 2001, empresas vinculadas a la denominada «nueva economía» inundaban de beneficios las bolsas occidentales aprovechando I nternet para conseguir gran cuota de mercado mucho antes de cubrir gastos y conseguir ganancias. El punto culminante de la burbuja lo marcó en marzo de 2.000 el Nasdaq, en los 5132 puntos, ante de que comenzasen a sentirse las caídas estrepitosas. El mercado perdió en dos años 5 billones de dólares. El BCE se vio obligado por primera vez a reaccionar y a bajar los tipos de interés a sus primeros máximos históricos. No evitó la recesión de 2001, pero demostró capacidad de maniobra, aunque su reacción fue algo más lenta de lo deseable. Noticia Relacionada estandar Si El Banco Central Europeo anticipa una caída de los precios de los alimentos a final de año Rosalía Sánchez El economista jefe del BCE matiza el temor sobre el impacto de la subida de salarios en la inflación y apunta que está dentro de las expectativas En esta primera crisis surgieron también las primeras tensiones entre los recién bautizados como «palomas» y «halcones». Estos últimos insistían en que el objetivo del BCE, según sus estatutos, no era mantener a flote el crecimiento económico, sino mantener a raya la inflación, mientras que las «palomas» abogaban por un uso de la política monetaria que sirviese de bastón al PIB. 2. La crisis de la burbuja inmobiliaria Aquellos tipos bajos se mantuvieron hasta 2005 y ayudaron a engordar la burbuja inmobiliaria, que proporcionó años de crecimiento y abundancia y llevó a muchos bancos a subestimar el riesgo de los créditos que concedían, muy especialmente las hipotecas. Eran aquellos tiempos en los que ibas a un banco a pedir un crédito para comprar un piso y no sólo no te pedían una entrada, sino que además te ofrecían financiarte los muebles y un coche nuevo de propina. Cuando las entidades comenzaron a darse cuenta de que muchos de aquellos créditos no iban a ser pagados, recurrieron a soluciones creativas, empaquetando esos créditos con otros más seguros y vendiéndolos juntos en paquete. Las hipotecas basura fueron pasando de mano en mano, de paquete en paquete, hasta que estalló la pelota en el tejado de Lehman Brothers. El BCE hubo de inyectar en el mercado 30.000 millones de euros a un tipo de interés mínimo (marginal) del 4,3% y al plazo de un día, pero dejó inalterado el predio del dinero, a pesar de que la crisis financiera internacional tuvo como consecuencia que los bancos comerciales se hicieran muy reacios a prestarse dinero entre ellos, por lo que los tipos comerciales subían con fuerza y se alejaban mucho de la tasa rectora del BCE. En entonces presidente, Jean Claude Trichet, prolongó la situación hasta el famoso «trichetazo», una subida de tipos destinada a placar la inflación que no tuvo lugar hasta 2011, cuando estaba ya a punto de abandonar el cargo. Los bancos europeos fueron objeto de multimillonarios rescates por parte de los Estados y, una vez más, la gran maquinaria del BCE funcionó con cierto retraso. 3. La crisis de la deuda Los miembros del euro habían ido adquiriendo deuda alegremente, unos más que otros. Grecia era sin duda el caso más plausible y llegó a estar al borde de la quiebra. Mientras en Bruselas se negociaban los necesarios rescates, las primas de riesgo de los países menos solventes del euro se disparaban y, en el verano de 2012, en un contexto de abierto debate sobre el final del euro, el presidente del BCE, el italiano Mario Draghi, logró amansar los mercados con su ya histórica frase: «what ever it takes» (tanto como sea necesario) para salvaguardar la moneda única. Y del dicho al hecho: Dragui llevó a cabo una política de tipos bajos, de tipos incluso negativos, además de poner en funcionamiento el «bazooca» y toda una serie de barras libres de liquidez que mantuvieron a flote también a España, Italia y Grecia. Incluso rompió el tabú y lanzó al BCE a la compra de deuda soberana de los Estados. Todo menos permitir la quiebra de alguno d ellos miembros del euro y mucho menos la ruptura de la unión. 4. La crisis de la pandemia Cuando creíamos ya haber visto lo peor, un virus que apareció en China en y se extendió con rapidez a escala planetaria obligó a paralizar las economías, generando una situación de desaceleración del crecimiento y una escasez de suministros como apenas habría sido posible imaginar sólo unas semanas antes. La francesa Christine Lagarde, que había llegado a la presidencia del BCE describiéndose como un «búho», para diferenciarse de halcones y palomas, se destapó con rapidez del lado de las torcaces. De nuevo la reacción fue lenta, Lagarde tardó en atar los cabos necesarios para la imprescindible inyección a la banca, pero después forzó tipos por los suelos y compras masivas de bonos por 1,85 billones de euros, un río de dinero que el BCE todavía no ha logrado revertir. 5. La crisis de la inflación Porque cuando creíamos que las economías del euro comenzaban finalmente a recuperarse y que era ya posible retirar la respiración asistida del BCE, las riadas de dinero baratas inyectadas en los mercados comenzaron a tener los efectos inflacionistas que cabía esperar y que Lagarde se negó, trimestre tras trimestre, a reconocer. Esta vez, más que lentitud fue tozudez. Con la inflación de la zona euro por encima del 10%, cuando el objetivo que el BCE está obligado a propiciar es en torno al 2%, Lagarde comenzó una campaña ambiciosa de subidas de tipos en la que estamos todavía inmersos y que tiene un evidente coste de actividad para economías al borde de la recesión. Bancos regionales en Estados Unidos y el suiza Credit Suisse han sucumbido al giro de la política monetaria y el BCE, en su papel de supervisor, vigila de cerca la situación de liquidez de los grandes europeos, demostrando una vez más que, con sus aciertos y sus tropezones, sigue siendo el guardián del euro.

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